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A mi tempo

Bienal de Flamenco de Sevilla 2012

Marina Heredia durante su actuación en la Bienal de Flamenco de Sevilla 2012

icono fecha 11 de septiembre de 2012

Para Marina Heredia todo es eterno

El Mundo | Manuel Marín Marín

Todo es cuestión de relatividad. El tiempo pasa rápido o lento pero no se detiene en el flamenco. Y el futuro es la abstracción de un comienzo para Marina Heredia, que repite triunfo en la Bienal demostrando que hoy es el mañana del ayer cantaor.

Esa sería la sinopsis de 'A mi tempo', un concierto de cante total, ralentizado, eso sí, por las idas y venidas de las guitarras, magníficas por cierto, pero que si evidencia que el tiempo presente es el comienzo y el fin, es porque cuando llegamos a él estamos en un nuevo principio.

La musa del Albaicín presentó sus credenciales con la milonga del Corruco, con lo que dejó atónitos a los que escuchan el cante con otros intereses. Y a partir de ahí, entrega, calidad, afinación, hondura y ritmo para incitar a lo vivido, pues si nos clavó el alma con la bulerías por soleá de La Moreno, El Gloria y Antonio Lapeña, no se guardó ni un átomo de aire para demostrar que no hay quien cante la seguiriya de Manuel Molina como ella.

Daría también sentido musical y existencial a las alegrías de Manolo Vargas y Pericón, y si actualizó la caña de Rafael Romero, descubrió la contracara del cuplé de Adela la Chaqueta, para luego sorprender como Las Viejas Ricas en la Sevilla de 1885, parodiando con el Coro de Luis Rivera los tanguillos de Chano Lobato con el petaco granadino, con lo que hizo que la memoria llenara el alma de melancolía y gracia.

Pero el tiempo, su tiempo, es como el reloj de la vida, por lo que siguió segmentando su propuesta en temporalidades. Y así nos atrapó de nuevo, ahora recordando a Bambino con una rumba con Mónica Naranjo donde el público, enardecido y de pie, jaleaba y aplaudía sin cesar, por lo que pasamos de ser los tiránicos del análisis a ser los dominados.

El crítico, en cambio, quedó emocionado cuando evocó a Morente con unos tangos que arrancaron más de una lágrima y no sólo a Marina, sino a los que nos familiarizamos con sus genialidades y latíamos con el pulso de unas melodías que vinieron a confirmar por qué el tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos.

Quedaba aún los honores a Camarón por bulerías, en las que Marina no paró el tiempo, sino que impuso su presente como expresión de lo más profundo, pues hizo de cada tercio el presente del pasado, del ritmo el presente del presente y de cada queja el presente del futuro.

'A mi tempo' ha sido el concierto más completo de una cantaora gitana en la Bienal de Sevilla, a la que ha proporcionado la evidencia del ayer, la certeza del presente y la claridad del mañana. Los aplausos del Maestranza le dieron la razón y la felicidad porque no trajo a Sevilla el cante, sino la esencia del cante, y con ella el tiempo nació nuevamente, porque para el tiempo, su tiempo, todo es eterno.

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Marina Heredia, un espectáculo de cantaora
La granadina tomó la confirmación como figura del cante anoche en el Maestranza

ABC Sevilla | Alberto García Reyes

El cante está vivo. Una albaicinera se ha puesto a mandar en él y está vendiendo caro el pescao. Se equivocó en lo de Mónica Naranjo. Sobre todo porque no lo necesita. Y Bambino es como una rosa juanramoniana. No me la toquéis. Pero más allá de esa intromisión en la rumba del utrerano en la que la granadina mondó a la diva, Marina Heredia clavó anoche su bandera en lo alto del cerro de las cantaoras magnas. Se registró por vidalitas en su zona débil, los graves. Y se puso detrás una orquesta de guitarristas de tronío para imponerse como bastión de lo jondo cuando le echó mano a la bulería por soleá de la Moreno. Desde ahí se vio venir lo que la hija del Parrón ha refundado. El espectáculo de cante. Y el cante mismo. El sonido, desbordado de reverberaciones, le perjudicó y enfrió la cosa más tiempo del merecido, porque desde que pisó la madera estaba arreando. Por eso se perdió el fandango de Chocolate. Y por eso tuvo que majarse por seguiriyas, metiéndole los riñones al cambio de Manuel Molina al ocho por medio. En la misma boca de la sonata de Diego del Morao. A partir de ahí se irguió como la cantaora que marca los tiempos en este tiempo. Por alegrías de La Mejorana. Cambiando la plata por oro. Y por cañas de su maestro Enrique. El ay de Morente.

Pero voy a pararme en lo de Adela la del Chaqueta. En su cuplé por bulerías. Porque lo clavó. Me emocioné al cerrar los ojos y acordarme de aquella señora octogenaria que se bailaba sobre unos tacones inmensos. Ese momento sirvió para convencerme de esto que ahora voy a escribir: Marina Heredia es una aficionada grande que está a la altura de los anales del cante. Arqueóloga de los olvidos. Fundamental para ser figura. Puso una anécdota de Espeleta contada por Chano antes de que el coro de Cai trajera la guasa de los tanquillos. Se rompió por tangos chumberos de su vergel nazarí, rematados con otro giro morentiano inconfundible. Y con la plaza ganada se asomó al tajo de Camarón por bulerías, a su viejo mundo de soniquetes, a su ramillete de quejas festeras. Entonces, mientras trataba de ponerle nombre a eso que se siente cuando te están cantando como es, me descubrí los pellizcos de las piernas. Y todavía le estoy dando gracias al cielo por seguir manteniendo vivo este misterio de cante que atraviesa los huesos. Y que usa Marina, como Montesinos, para herir por el camino más corto. Dios la guarde.

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icono fecha 10 de septiembre de 2012

Abierta estaba la rosa

Diario de Sevilla | Juan Vergillos

Poco a poco, a su ritmo, como prometía el nombre del espectáculo, la cantaora granadina se fue abriendo hasta cuajar uno de los mejores recitales que ha dado en nuestra ciudad. Los estilos más jondos sonaron en los primeros compases, así que el clímax llegó a ritmo de rumbas, tangos y bulerías.

La cosa empezó por milongas para derivar pronto hacia los fandangos misóginos del Chocolate, esos cantes tremendistas, posguerra pura, a los que Heredia cambió el sentido para hacérnoslos más políticamente correctos. En su voz metálica y brillante plena de vida, de juventud, de entusiasmo, de perfección, estos cantes nacidos de la miseria quedan extraños. En la soleá por bulerías estuvo pletórica de compás, como el Bolita y el Morao, y esculpiendo la melodía de forma categórica. Con todo, lo mejor de esta primera parte más grave fue la caña de Tío José el Granaíno en la versión de Morente, con el paseíllo coral y con una soleá de cierre deliciosa, una letra de Manuel Machado.

Poco a poco la cantaora se fue abriendo y rompiendo ese aura gélido que suele envolver sus comparecencias. Natural, se sintió relajada en la escena, sobre todo a raíz del número dialogado con un coro gaditano que irrumpió en el patio de butacas, y el sucesivo tanguillo que ejecutó acompañada, y en competencia burlesca con los de Cádiz. Y es que la noche iba de homenajes a los maestros: Chocolate, Morente, los tanguillos para Chano... y otra maga del ritmo, Adela la Chaqueta, en un brillante cuplé por bulerías. Para acordarse de Bambino, con sus congas festeras y todo, subió al escenario la cantante Mónica Naranjo. Una de esas rumbas arrebatadas, un bolerazo frenético que supuso un duelo de divas de voces poderosas e imposibles. Ahí la granadina se acabó de romper. El tanguillo y la rumba fueron dos fogonazos de color que dotaron de calidez el concierto, pese a que el teatro no pasaba de la mitad de su aforo. Y de nuevo Morente: el primer poema que musicó el cantaor granadino fueron los tangos de doña Rosita, a principios de los 70, aunque no los grabara hasta casi 20 años después. Así que Marina Heredia no pudo reprimir una lágrima en los cantes del Sacromonte, cuando encaró el carismático estribillo "abierta estaba la rosa". Abierta estaba la cantaora, con la voz caliente, pletórica, y recordando al maestro en los versos de Lorca, Manuel Machado, San Juan de la Cruz o en un salmo de la Biblia. Fue el momento de más emoción de la noche, la nostalgia por lo que se nos fue, la felicidad porque sigue entre nosotros, su música, su legado ético. Y, para el final, otro maestro: bulerías de Camarón, desde el Viejo mundo de Omar Khayyam, con música de Kiko Veneno, hasta sus trabalenguas intimistas de mediados de los ochenta. Una nueva lección de cante a compás.

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La cantaora en el centro

Flamenco-world.com | Silvia Calado

“Yo no echo cuenta del tiempo”, cantó. No hacía ni unos minutos que había comenzado el concierto y Marina Heredia ya estaba dejando claras sus intenciones. 'A mi tempo', a mi manera, a mi ritmo... Y si así lo empezaba, cerca de dos horas después lo cerraba matizando aún más su filosofía, echando mano de Camarón, gritando a los cuatro vientos lo del “vivir y soñar, sólo voy buscando mi libertad”. Que nadie piense que eso quiere decir que la granadina se haya dado a los inventos. Al contrario, a lo que esta cantaora se ha entregado es al cante flamenco. Y hace ya dos discos -y tres con este que será- que viene dando pasos adelante y hacia dentro en ese camino del que es difícil no desviarse por mor de (tratar de) complacer al público. Así que hay que asumir que con una propuesta estrictamente cantaora sólo se llena un lunes de Bienal en tiempos de crisis, más o menos, la mitad del Maestranza.

Aunque el coso no le vino, ni mucho menos, grande. Marina Heredia venía preparada a conciencia. Y no sólo en lo musical, sino también en lo escénico. Un fondo de telas blancas a franjas sirvió de pantalla, de fondo y de segundo plano. La mayor parte del tiempo, con un micro de diadema, la cantaora se situó en el centro de la escena, sola, sin pies de micro que le estorbaran. A izquierda, medio arco de coros y palmas. A derecha, medio arco de guitarras y percusión. Todo perfecto para que el cante brillara y fluyera. Y si era menester tener al lado a la sonanta, pues se movían las sillas. Así lo hizo con la introducción marchenera, que Miguel Ángel Cortés le labró al toque como quien hace filigrana en plata. Y también con la soleá por bulería, uno de los retos que se había marcado en este nuevo repertorio y que la cantaora bordó escoltada por las guitarras jerezanas de José Quevedo 'Bolita' y Diego del Morao.

Pero es que todo lo cantó bien, dando a cada cante su carácter y medida. Y, por supuesto, su personalidad, por más que remitiera a los maestros que la guían y la inspiran. Marina Heredia es Marina Heredia. Y lo fue por seguiriyas y por fandangos chocolateros y por la caña coral y por ranchera-bulería de Adela la Chaqueta y por los emotivos tangos morentianos. Y lo fue en todo el recorrido, que creció poco a poco en luminosidad y en comunicación con la audiencia, con guiños divertidos como el tanguillo Cádiz-Granada con coro chirigotero y con el cameo estelar de la “diva” pop Mónica Naranjo por extrema rumba bambinera. Aquí se dio el gusto de regalar esos dos detalles extra, que estarán o no en próximas ocasiones, pues son del todo contingentes. Quien sí es necesaria es Marina Heredia, con su idea del tiempo y el cante, con su compromiso con la calidad y con el flamenco.

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